martes, 9 de octubre de 2012

La Psicología del Poder



Por: Francisco Quintanilla   
                       
Hablar del poder como un fenómeno cuya existencia tiene su asidero y desarrollo en la sociedad humana, conformada en sus partículas más elementales por los seres humanos, los que Aristóteles clasificó no sólo como animales, sino como animales políticos (Zóon politikón), es hablar de algo material, no subjetivo, tal como lo sostenía Michel Foucault, quien consideraba “que no hay nada más material, más corporal que el ejercicio del poder”.[1]

En esta reflexión se intentará hablar un poco no del poder como tal, sino de la psicología que teoriza sobre ese fenómeno que aparece y se desarrolla junto con y en el interior de la sociedad humana, sobre todo cuando unos animales humanos comienzan a percatarse, primero con su inteligencia sentiente y luego con su inteligencia racional, que pueden dominar o controlar a otros a partir de la posesión de ciertos recursos que los demás necesitan.

El análisis del poder puede abordarse desde diferentes teorías psicológicas, detrás de las cuales se encuentran diferentes bases filosóficas encubridoras o desveladoras del fenómeno del poder y de su ejercicio, así como de  sus efectos en la estructura social y en cada una de las personas que forman parte de esa estructura. 

Desde la teoría psicoanalítica creada por Freud, el poder se puede explicar como algo subjetivo, como algo que ocurre  en el interior del sujeto y se desarrolla en el enfrentamiento entre el Id o Ello y el Súper Ego o Súper Yo, el primero ejerciendo un poder irracional y moviéndose en el campo del libertinaje y el segundo desarrollando un poder aparentemente moralista, pero en su esencia también irracional, pero represivo. En el enfrentamiento de estos dos tipos de poderes participa otra instancia el Ego o Yo, quien es el que intenta en última instancia que se desarrolle una relación equilibrada entre estos dos tipos de poderes.
En Freud, en su teoría, el poder es una fuerza interna, que nace en el interior mismo del individuo, es una fuerza cuyo equilibrio o desequilibrio, le permite al poder mismo tener en una sociedad, individuos llamados “sanos” o “enfermos”, o más bien , más enfermos que sanos. 

En síntesis, desde la teoría psicoanalítica, el poder es sobre todo de carácter instintivo, que emerge de lo más profundo del inconsciente como una lucha interna, subjetiva, para luego reproducirse en una lucha entre los sujetos, materializándose sobre todo en el llamado complejo de Edipo, complejo que se produce primero en el grupo primario como la familia y luego en otros grupos primarios, como los grupos de amigos, en la lucha por llegar a ser el líder o quedar bien con el líder del grupo.

En esta lucha, los individuos llamados o clasificados como sanos por los técnicos de la salud o más bien por los técnicos de la enfermedad, controlan a los demás mediante la categorización o tipificación de enfermos mentales; la enfermedad mental, entonces es utilizada por los llamados sanos, que son los que tienen el poder económico, político, social y militar, como una herramienta de control  y de dominación. Por supuesto, esta herramienta de control y de dominación no es nueva, ya desde épocas antiquísimas se ha utilizado; ejemplo clásico de esto es el caso de Jesucristo, tal como lo sostiene Richard Horsley en su ensayo “El Imperio Cristiano y el Imperio Estadounidense”: “El gobernador romano clasificó a Jesús de Nazaret como loco”[2], apoyado por supuesto por los fariseos, que decían que Jesucristo estaba fuera de sí, con el propósito de desacreditar sus ideas y sus acciones para que nadie le creyera, y como se afirma en el decir popular salvadoreño cuando se refieren a alguien que se considera que está “loco”, “no le hagan caso que esa persona está loca”.

Desde la teoría psicoanalítica, el poder es un fenómeno que se origina en el mundo interno, subjetivo de cada individuo y se realiza en el exterior, en las relaciones que cada individuo establece con los demás, en las relaciones que se establecen entre los llamados sanos y los llamados o clasificados como enfermos mentales.

La teoría psicoanalítica, al entender el origen del poder intrasubjetivamente, niega o encubre el carácter social del poder, centrándose sobre todo en el potencial individual, intrapsíquico del poder.  

Contrario a la teoría psicoanalítica y como una crítica a esta teoría, nace y se desarrolla el conductismo, primero con Watson y Luego con Skinner. En el conductismo, a diferencia del psicoanálisis, el poder no es una fuerza interna ni instintiva, sino totalmente externa y aprendida.

El poder es una herramienta de control y de manipulación de conductas, en este sentido Skinner sostiene en su libro “MÁS ALLÁ DE LA LIBERTAD Y LA DIGNIDAD”, libro citado por James Bowen, que es necesario “sustituir los actuales controles azarosos y mal coordinados por controles basados en el examen científico”[3], es decir, que en la nueva sociedad delineada por Skinner, el hombre estará programado por aquellos que gobiernan, para que los hombres actúen de la forma como ellos (los gobernantes) desean que actúen; su actuar ya no será al azar, espontáneo, sino científicamente planificado, por lo que el hombre ya no será, si algún día lo fue, dueño de su propio destino, ni será libre para escoger su propio estilo de vida, ni su propia forma de organización social y económica, su autonomía quedará sacrificada “al mayor bien de la sociedad”, que más bien es el mayor bien de los que tienen el poder económico, político y militar, que en el mundo actual van más allá de personas individuales, ejerciendo los controles las grandes corporaciones que se han sumergido hasta en las entrañas de los rincones más aislados de las grandes urbes, como de los pueblos más pequeños y empobrecidos.

Skinner aboga por una sociedad controlada científicamente por medio de la educación programada, y es mediante esta educación que al ser humano individual y grupal lo planean reducir a una maquina, la cual es programada y dirigida por los controladores científicos al servicio de las grandes corporaciones neoliberales, que son los que ejercen el poder, haciendo de cada humano un ser pasivo, que actúa de forma deseada.

En la teoría conductista, a diferencia de la psicoanalítica, el poder no deriva del mundo interno del individuo, su fuente está en el mundo externo, cuya herramienta de realización es la llamada educación programada, la cual permite que se afinque contradictoriamente en algo que para los conductistas ortodoxos no puede evaluarse científicamente, como es en la conciencia y se manifieste en la conducta. El poder va en la dirección contraria a como lo conciben los teóricos del psicoanálisis, va de afuera (mundo externo) hacia adentro (mundo subjetivo). Por supuesto que en esta direccionalidad, la teoría conductista termina anulando la subjetividad, y por tanto la individualidad, al reducir al individuo a una maquina programada y programable. El conductismo en este sentido, no acepta la individualidad, la anula mediante una clonación programada, y todo individuo que se resiste a dicha programación clonada, es una maquina no sólo enferma, sino peligrosa, que hay que sustituirla o reprogramarla, para que se doblegue a los designios del poder y de los poderosos.    

Tanto la teoría psicoanalítica como la teoría conductista, a pesar de que parten de  una concepción del mundo y de la vida diferente, darwiniana la primera y pragmática la segunda, ambas teorías, con sus propios argumentos políticos e ideológicos, caen en una concepción dualista del poder.  

Estas dos teorías fueron cuestionadas por la teoría humanista, ya que consideraba, por una parte que el psicoanálisis sólo se fijaba en la enfermedad, en la psicopatología más no en la persona y por otra el conductismo, se fijaba únicamente en la conducta y no en la totalidad de la persona, negando ambas teorías la capacidad que tiene la persona humana de utilizar y desarrollar el poder, su poder para realizarse como persona humana feliz.

Uno de los autores más prominentes de la teoría humanista es Carl Rogers, el cual citado por José Fernando Estrada sostiene que “el poder le sirve a la persona para poder disentir de los demás, para poder tener el derecho de ser diferente, sin adoptar el papel de victima o de marginado”[4]. El poder en Rogers no le sirve a la persona para cuestionar realidades económicas, políticas y sociales, sino sólo para poderse vincular de alguna manera con el contexto inmediato que le rodea (grupos primarios y grupos pequeños) y poder desde sí, desarrollar sus potencialidades concentrándose en ella misma, en su salud y no en su enfermedad.

En el enfoque de Rogers, el centrado en la persona (ECP), considera que este enfoque propicia que los disidentes, que los que se diferencian de los demás, y que no están de acuerdo con lo que plantean los demás, asuman su poder y lo canalicen hacia el desarrollo de ellos mismos, hacia el desarrollo de su individualidad, y de sus comunidades (contextos inmediatos). 

Otra forma de abordar el fenómeno del poder, diferente a la psicoanalítica, conductista y humanista, es la de la psicología dialéctica, la cual está fundamentada en el materialismo dialéctico e histórico.

Desde la psicología dialéctica, partiendo del principio científico de la unidad de la conciencia y actividad, el cual sostiene que ”la conciencia y la actividad no son dos elementos contrapuestos ni tampoco idénticos, sino que constituyen una unidad”[5], el poder no es meramente una estructura únicamente psíquica, ni tampoco una realización únicamente conductual, sino que además de que el poder es una integración dinámica entre lo subjetivo y lo conductual,  es una realización también dinámica entre lo social y lo individual, entre lo grupal y lo personal, entre lo personal y lo estructural social.

Se puede denotar, a partir de este planteamiento, que a diferencia de los planteamientos de Rogers, que incorpora al individuo a un microcontexto, y valora el desarrollo y la importancia del poder para el individuo únicamente en esta relación individuo - pequeño grupo o grupo primario, desde la psicología dialéctica se analiza el fenómeno del poder desde la relación persona y la estructura social en su conjunto, y sobre todo desde la pertenencia del individuo a un grupo secundario, a una determinada clase social.

Predvechni, comentando a Marx y a Engels, sostiene que ”ellos ligaron el funcionamiento de los grupos a los intereses materiales que surgen a raíz del lugar que ocupan los hombres en los sistemas de producción y de propiedad”[6]. Esto permitió entender, en primer lugar, que a la hora de abordar el fenómeno del poder, todo pasa porque no se puede abordar al margen de la posesión de los bienes materiales y no materiales, ya que lo que la persona o grupo social posee y que otras personas o grupos sociales necesitan, les permite doblegar al o a los necesitados de esos bienes o también les permitiría contribuir a una mayor liberación de los mismos, en el caso del sistema capitalista se decide privilegiadamente por la primera opción; en segundo lugar, esta idea marxista, lleva a concebir que el poder, no es algo ni estrictamente subjetivo, ni mucho menos algo puramente genético, sino que es una producción humana histórica y social.

Como producción humana, la dinámica del poder y de su finalidad no las encontraremos únicamente en la intrasubjetividad, sino sobre todo en la intersubjetividad condicionada por la dinámica de la lucha de clases, ya que según Martín Baró, orientado por las ideas marxistas, el hombre es un ser clasado[7], es decir, es un ser, que desde que nace, incluso desde antes de nacer, desde que está en el vientre materno ya pertenece, no por opción, ni por cuestiones genéticas, sino por imposiciones histórico sociales, a una clase social.

En este sentido, mientras unos cuantos nacen con mucho poder, por ser poseedores de la mayor cantidad de recursos materiales que sus progenitores y antepasados les heredaron y que se los apropiaron en forma fraudulenta y profundamente inhumana, otros, la inmensa mayoría, sólo nacen con lo que  genéticamente sus padres les heredan y con deudas económicas y sociales que sus progenitores les heredaron, producto de la expropiación histórica que las minorías acaudaladas les impusieron.     

Pero con lo que genéticamente heredan las inmensas mayorías empobrecidas y con las capacidades sociales y psíquicas, pueden desarrollar en su enfrentamiento al mundo, a ese mundo injustamente dividido, una mínima posibilidad, pero al cabo una posibilidad, de desarrollar su conciencia social y política, la cual se desarrolla y a la vez se expresa en la palabra y en las acciones. Cuando esta palabra y estas acciones se convierten en una herramienta de liberación, se constituyen en un poder tan o más poderosos que los que poseen las minorías empobrecedoras, sobre todo cuando esa palabra y esa acción se expresa en el sentir de la inmensa mayoría como una sola, como un cuerpo social, como el poder del Uno, granítico, que avanza progresivamente hacia su liberación de lo que lo oprime y esclaviza. 

En este enfrentamiento de la psicología de la clase dominante con la psicología de la clase dominada, debe ser objeto de análisis y de valoración de la psicología del poder, el poder de la psicología, que más bien es poder de los que utilizan la psicología para dominar o para contribuir a liberarse y a la liberación de las mayorías empobrecidas.

En esta valoración, es imprescindible denotar y desvelar que las minorías dominantes hacen uso de una mezcla diabólica de la teoría psicoanalítica y conductista para dominar y esclavizar aun más a los dominados, por una parte bajo el precepto que una persona que se autorrealiza desde la teoría psicoanalítica, es aquella que se concentra en que la forma apropiada y perfecta de vida, es la que se basa en una vida sodómica, es decir, que sus criterios fundamentales son comer, beber, dormir y tener sexo, no dándole cabida ni al pensar ni al trabajar y por otra, de que el conductismo al concebir que al ser humano individual y grupal se les puede convertir en una maquina programable, lleva a que los que tienen el poder económico, político, social y militar, vean en la educación en todas sus formas de expresión: formal, informal y no formal, la herramienta por excelencia que al cargarla de sexualidad, consumismo y estilos de vida estereotipados pequeños burgueses, puedan dominar a los dominados, sin que estos se den cuenta que han sido reducidos a una cosa, a una mercancía, que no piensan críticamente, ni que tampoco tienen capacidad de resistir a los encantos del sistema y que cuando considere que ya no les son útiles los desechará, y que siendo desechados, no se den cuenta que han aprendido a ver la realidad con los ojos de los opresores.

Con el sexo y el consumismo utilizados como refuerzo y castigo (psicoanálisis  y conductismo), las minorías dominantes doblegan y controlan a las mayorías explotadas; las explotan pero las mantiene felices y contentas.

En otros casos, la clase dominante recurre al poder de la psicología humanista, para permitir que los dominados impulsen algunos cambios en la sociedad y en su estilo de vida, pero estos cambios son de tipo reformistas, es decir, permitir que algo cambie, pero para que nada de lo esencial de una organización económica y social cambie.

Frente a este tipo de poder de la psicología utilizada por las minorías explotadoras, se encuentra el poder del tipo de psicología del que hacen uso aquellos que deciden tomar las riendas de la liberación histórica, el poder de la psicología dialéctica e histórica. 

El poder  de este tipo de psicología, permite que aquellos que durante décadas y de siglos heredados de opresión, decidan sublevarse, decidan recuperar su conciencia por muchísimos años vilipendiada, decidan echarse sobre sus hombros como sujetos históricos el proceso de liberación, que cada vez es más difícil y complicado por la mayor capacidad y poder que el desarrollo tecnológico y científico les ha dado y producido a las minorías explotadoras. 

La psicología dialéctico materialista al insertarse y desarrollarse en los escenarios latinoamericanos, sobre todo en el escenario de los empobrecidos adquirió su propia identidad y su propio propósito, se convirtió sobre todo en las décadas de los 70 y 80 del siglo veinte, en una psicología de la liberación, en una psicología que tenía como tarea fundamental producir conocimientos participativamente, pero que el producir conocimientos no fuera una finalidad en si misma, sino producir conocimientos para que las mayorías empobrecidas fueran capaces, en primer lugar de develar las entrañas del mundo de la opresión y en un segundo momento, se comprometieran con el poder de esa psicología encarnada en su praxis, con la transformación de ese mundo injusto en un mundo donde se privilegiara el desarrollo potencial libre y liberador de todos los humanos y de todo lo humano; sin embargo, a inicios de la década de los 90 de ese mismo siglo, los movimientos liberadores en América Latina decaen y se cae en un conformismo y en una renuncia a la liberación, la psicología del poder del imperio se recompone y se impone, teniendo la habilidad de comprar las conciencias de algunos lideres que en el pasado se habían convertido en íconos de los procesos revolucionarios y en modelos para los movimientos de empobrecidos que luchaban por liberarse, como sucedió en El Salvador; los movimientos liberadores inspirados en una psicología de la liberación, dejan el camino de ser sujetos históricos para caer de nuevo en el estado de ser sujetos de la historia, ser sujetos pasivos, que acatan sin ninguna criticidad y creatividad, los dictámenes de los que tienen el poder económico, político y militar que cada vez son más ricos y más poderosos.

Sin embargo, a finales de la década de los 90 del siglo veinte, con el resurgimiento de las aspiraciones libertarias de Simón Bolívar, encarnadas en los movimientos organizacionales comandados por Hugo Chávez Frías, actual Presidente de Venezuela, se comienza de nuevo a reactivar en América Latina y sobre todo en América del Sur las aspiraciones de transformar radicalmente el mundo de la opresión, olas transformadoras que exigen de la psicología y de los psicólogos(as) contribuir desde su especificidad, a combatir a las psicologías de la opresión, aquellas psicologías y corrientes psicológicas que se han puesto al servicio de los grandes capitalistas; capitalistas que no pocas veces han tipificado al presidente Venezolano como loco, queriendo con esta categorización, al igual que fue tratado Jesucristo, de desacreditar sus aspiraciones libertarias, ya que a un loco no sólo no se le hace caso, sino que también se le debe aplicar una psicoterapia que lo lleve a aceptar pasivamente ese mundo de lo injusto y que lo aprenda a ver como justo y como necesario.

Las nuevas generaciones de psicólogos(as) deberían trabajar por construir una psicología que contribuya desde su especificidad a transformar la subjetividad social de los pueblos latinoamericanos, tan profundamente alienada y separada de su cruda realidad, de tal forma que simultáneamente transformada, puedan estos pueblos recuperar su conciencia, su necesidad y su capacidad de subvertir este orden mundial capitalista neoliberal, que ha puesto a este mundo al filo de la destrucción total.    

Para terminar con esta reflexión se plantea,  por una parte, que al hablar del poder que tiene la psicología, no se puede hablar en abstracto, ya que la psicología existe porque hay quienes la producen y la usan para uno u otro propósito, ya sea para contribuir desde su situación a la liberación progresiva de la humanidad de lo que la oprime o contribuir a una mayor opresión y esclavización de la misma, y por otra parte, a que la psicología del poder que teoriza sobre este fenómeno en general y sobre el poder que tiene la psicología en particular, debe encaminarse desde los escenarios latinoamericanos a impulsar el desarrollo de una psicología que retome y avance en las raíces  de la sociología, de la pedagogía, de la teología y la  psicología de la liberación, perdidas y abandonadas a inicios de la década de los 90 del siglo veinte, por supuesto nutrida por las olas que derivan de los movimientos libertarios de varios países suramericanos como Venezuela hoy en pleno siglo XXI.

El Salvador, 10 de octubre de 2012.


[1] -www.sindominio.net/versus/paginas/textos/textos_00/vigilar_y_castigar.htm
[3] -Bowen James y Peter R. Hobson, Manual del Maestro, Tomo II, Ediciones Ciencia y Tecnología, México, 1993, pág. 269.
[4] -Gómez del Campo  Estrada José Fernando, Psicología Comunitaria, P y V editores, México, 1999, pág. 58.
[5] -Petrovski,  A.R., Psicología, pág. 58.
[6] -Predvechni, G.P., Kon, I.S, et al, Psicología Social, Editorial Cartago, Argentina, 1985, pág.  53.
[7] -Martín Baró, I., Psicología, Ciencia y Conciencia, UCA editores, San Salvador, 1986, pág. 430.

1 comentario:

Anónimo dijo...

interesante articulo que debe leer el pueblo que solito se ha sometido a los lideres, aunque hay algunos lugares donde el lider si esta loco, en este pais hay muchos por contar, sin tanto rebuscarse